Blanquita se encontraba en la terraza
de su luminoso ático, leyendo ensimismada las noticias del periódico matutino, cuando el timbrazo del teléfono la sacó de su trance intelectual. Le
comunicaban el resultado de los exámenes que había realizado para obtener el
carnet especial de conducir y que, en esta ocasión , no había superado
favorablemente. Mi amiga colgó el aparato con una gran magua, pues ansiaba
conducir su propio camión. Se quedó en silencio,
se levantó y se dirigió hacia la puerta; una vez hubo cogido la llave
de la moto y enjaretado las gafas de sol, salió de su casa sin mirar atrás, en
busca de su familia, dirigiéndose al
monte que es a donde tiran las cabras.
¡Vaya, vaya!! Parir una historia como esta, a partir de la imagen de una cabra blanca y el título impuesto de una palabra tan hermosa como Magua, no es tarea fácil, aunque así lo parezca al leerte. Me ha gustado pero, ese giro cómico final, ¡me ha encantado!, tal vez por estar tan alejado, en contraposición, a esa magua del título.
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