Nada más verla, Esther creyó que no podría subirla… Salió
al amanecer, a las siete de la mañana, acompañando a la Virgen de Los Reyes al
son de chácaras, pitos y tambores. El reto era el risco de Jinama, 4200 metros
de distancia, prácticamente en vertical. La subida Los Corchos, las Vueltas del
Pino, cuando llegó a ellas, Esther ya estaba cansada. Pensó que no iba a poder
seguir, pero al oír a los bailarines y el ¡Viva la Virgen Viva!, es como si
hubiera cogido su energía y sin pensarlo siguió.
Continuó el camino hacia El Mocán de la Sombra y el
Mocán Los Cochinos milenarios que, si hubieran podido, le hubieran contado
asombrosas historias. La cueva Las Pipas, para echarse un tentempié y al fin, las vueltas de Jinama y su Cuchillo,
desde donde se veía el Golfo en todo su esplendor. En su memoria, las Vueltas
no tenían vegetación y para su desconcierto, su vista se recreó en todo su
vergel. Y al fin, la ermita de La Caridad que le dió la bienvenida, la brumita
y el frescor de la meseta de Jinama y San Andrés.
La alegría de Esther al ver a sus tres hermanas
mayores esperándola fue enorme. ¡Que recuerdo y alegría sintió su corazón, al
lograr cumplir su sueño, su ilusión de subir aquella cuesta!.
La emoción de una ilusión cumplida. Esa que marca la memoria colectiva, el peso de la tradición arraigada en el corazón.
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