Aquella había sido una noche de estreno. Salió de
aquella habitación de la mano de Sergio con el convencimiento de que había
añadido a su extenso currículum una nueva palabra: delincuente. Una palabra que
le causaba miedo y angustia. Ya no había marcha atrás.
“Tranquila” le decía Sergio. No nos cogerán. Lo hemos
hecho como hemos acordado y no sospecharán de nosotros. Y camino al aeropuerto,
con el cuerpo del delito en la maleta, se imaginaba que en cualquier momento
serían interrogados por algún policía.
“Es lo que tú querías y yo con tal de que seas feliz”,
seguía diciendo Sergio para tranquilizarla.
Cuando llegara a casa, pensó, ¿cómo sería su vida sin
ella?. ¡Tenía tantos años!; con ese color que delata el paso del tiempo; esos
cordones con los que la sujetaba, esa tristeza que le transmitía todos los
días, acechándola cuando se despertaba y cuando se acostaba.
No se imaginaba que lo que traía en la maleta le fuera
a hacer daño. Sin ningún contratiempo, se fue a la cama y, al despertar, ya no
estaba. Se sintió feliz; sin sentimientos de culpabilidad al deshacerse de
ella, a pesar de los lazos familiares que les unían y de los años que llevaban
juntas. El panorama que ahora deleitaba sus ojos era el de unas mariposas de
alegres colores plasmadas en la fina tela de lino que cubría la ventana de su
dormitorio, ¡la cortina que había robado del hotel! ¡Era tan bonita!.
Felizmente engañada me he sentido como lectora de este relato engañoso que juega con habilidad con las pistas falsas, que parecen llevarnos hacia una dirección, para ser sorprendidos gratamente al final. Muy bueno
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