Pertenezco a una estirpe de noble abolengo. Mi padre,
diseñador afamado, es requerido en los mejores foros de la moda internacional:
desfiles de renombre y prestigio mundial. Di mis primeros pasos encima de una
pasarela; muy pronto, me acostumbré a la excitante luz de los focos y a sentir
el caluroso aplauso del selecto público, invitado en estos exclusivos eventos.
Soy adorado y mimado con intensa vehemencia por señoras de la jet set y seguido por los fashion victims.
Poseo líneas estilizadas, pero firmes. En mi caso, el
tamaño sí importa, pues poseo los quince centímetros más deseados por las
diosas del glamour. Soy arropado por medias de seda y encaje que adornan
piernas infinitas, torneadas cual columnas corintias; estos monumentos me
poseen, adoro su contacto y, dentro de ellos, en perfecta comunión, piel con
piel, deslumbramos a todo el que nos admira y despertamos ocultos deseos con
nuestros sensuales y sexis movimientos.
Mi apellido es Blahnik y mi nombre es Manolo como mi
creador; y si todavía no sabéis de qué
os hablo, os diré que soy un zapato de tacón, pero no uno cualquiera; sólo
estoy hecho para pies exquisitos; sibaritas que buscan la elegancia y
singularidad de un calzado que imprima una huella de sensual pasión.
En fin, éste soy yo: un auténtico Manolo.
¡Qué bueno! Jugando a la ambigüedad, dejándole al lector pistas falsas, nos conduce tu relato hacia un final… divino, como su título.
ResponderEliminar¡¡ Ese Manolo lo desean todas las mujeres!! enhorabuena y un abrazo Lilia.
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