Ella, desde su
más tierna infancia, o mejor dicho, desde que aprendió que con los sonidos se
formaban palabras y que las palabras podían tener diferentes significados, aún más,
que traían consecuencias…y no siempre del agrado de todos, ella, digo, se propuso aprender a hablar como
bien decía su madre “con propiedad”. Ella
se caracterizaba por lo hermoso y cuidado de su vocabulario. Dada su honestidad
de sentimientos, sus palabras, pensamientos y acciones eran bien reflexionadas y
consecuentes. Siempre fue conocida por ensalzar la belleza de la naturaleza, de
toda la obra de la creación. Portaba toda ella una bondad…, una gran energía de
amor.
Pero ¡mira por
donde!. Con el tiempo y el frecuente trato con la gente, constató con gran
asombro y estupor, que eso precisamente no era lo habitual en la sociedad donde
vivía. La mayoría de la gente y no
digamos los políticos, el clero y los educadores se expresaban con un absurdo,
ilógico y descabellado montaje de exposiciones repetidas, prejuzgadas casi
siempre, puestas de moda por personajillos de dudosa capacidad, careciendo por
ello de todo rigor.
En sus
reflexiones llegaba incluso a dudar de sí misma y en no pocas ocasiones,
preguntarse…, ¿estaré equivocada en mis reflexiones?. ¡Quizás el mundo no es
como yo lo veo! ¡NO!…me niego a creerlo!, se decía.
Lo más triste
es que, con frecuencia, a las personas se las condena a la indiferencia. Cuando
no al ostracismo, queriendo frecuentemente arrastrarlas a la mediocridad y a la
simpleza.
Ha pasado el
tiempo…, a ella no le ha importado, continúa fiel a sus convicciones. Fiel a sí
misma.
Lo más triste resultó ser lo más firme, lo más sabio; ¡ser fiel a uno mismo!; hermosa reflexión hecha relato.
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