Nada más
verla. Tomás creyó que no podría subirla… No era una cuesta más; había dejado
muchas atrás a lo largo de su existencia; pero ahora se le antojaba más
pendiente y angosta que nunca. Seguramente porque sus fuerzas flaqueaban; y su
cuerpo cansado, con los años, se había vuelto perezoso.
Pero había que
subir una vez más, levantarse y emprender la marcha hacia la cima. Antes, tenía
que estudiarla detenidamente, desde la tranquilidad, sin precipitarse; buscar
su parte menos empinada, menos dura, y ascender pausadamente pero con firmeza y
decisión, parando cada poco para respirar, y descansar, y meditar, y
decidir…,sí, continuar subiendo dejando
atrás un poco más de pasado, de ilusiones perdidas, de besos al aire y caricias
al viento; o simplemente pararse, detener su camino, que quizás se dirija a
ninguna parte; o tal vez, sea una huida hacia adelante, en busca de aquello que
le ha sido negado. No puede más, le falta el aliento, desfallece; pero tiene
que seguir la ascensión por la ladera del alma con pasos que estampan profundas
huellas y, enraizadas a su piel, abultadas cicatrices cinceladas a través del
tiempo como olas que rompen contra los pilares de su ser; una fuerza invisible
que le impulse hacia el fin de este camino vital. Y será entonces, cuando
corone su meta, donde encontrará por fin la paz que anhela su corazón
extenuado.
¿O, acaso
habrá otra pendiente…?
Duras pendientes las del existir, Roberto. Duras, inclinadas, impredecibles, misteriosas, ah! Y…maravillosas también. Me gustó subir esta cuesta, leyéndote
ResponderEliminarMaravilloso su relato,¡como siempre!. Creo que la vida siempre tiene pendientes destinadas para nosotros, esperemos tener la fuerza necesaria para subir todas y cada una de ellas.
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