Nada más verla, Águeda creyó que no podría subirla…
Cuando el Sr.
Peter, de 89 años, me contó esta vivencia suya, él entrecerraba los ojos como
si enfocara hacia las montañas, creo que más distante. Así comienza:
Me llamó la
actitud furtiva del hombrecillo que buscaba algo en el maletero, y después sacó
un objeto pesado, envuelto en un pedazo de tela. Me sacó de mi fascinación. No
creo que me haya visto mientras cruzaba trabajosamente la carretera. Con
curiosidad, le seguí a distancia. Se movía con dificultad, deteniéndose de vez
en cuando para tomar aire, finalmente llegó a la cresta de una pequeña loma,
estudió la pendiente, alzó su bulto y empezó a descender.
Corrí hacia él
pero cuando llegué a la cima ya él estaba abajo. Se arrodilló y desenvolvió el
bulto con cuidado. La pieza de madera parecía pesar seis kilos, seguía teniendo
el aspecto de la madera y se había convertido en piedra con destellos de
colores. El viejo se agachó, acarició cariñosamente la piedra. Al fin se
levantó, acarició una vez más su piedra. Yo corrí monte abajo. Me vió, luego
miró su piedra y volvió a mirarme tímidamente .
-Es una
hermosa piedra –le dije.
-Tenía que
devolverla –dijo.
-¿Cuándo la
encontró?.
-Hace 60 años.
Yo tenía 13. Mi hermano y yo la sacamos de
aquí y la escondimos en casa. Mi padre se enfadó cuando la vio, pero para
entonces vivíamos fuera de allí. Siempre pensaba que la había tomado prestada.
Juré regresar y devolver la roca que amé
con tanto remordimiento a través de los años.
Él miró hacia la cima ¡horror!, imposible
subir esa cuesta, horriblemente pendiente. Yo me ofrecí a ayudarlo. Pude
distinguir la sonrisa en el rostro de mi acompañante, un viajero atrapado entre
el alivio y la pérdida.
Devolver a la naturaleza lo que es suyo, ¡hacia allí nos conduce la vida, cuesta arriba! Bella historia, alegórica
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