Nada más
verla, Alicia creyó que no podría subirla… ¡que tristeza!, pensó, tanto caminar
mis pies muy adoloridos, casi no pudo respirar, y ese viento implacable y
gélido.
Debo serenarme,
dijo en voz alta, si he llegado hasta aquí, no debo desfallecer, al revés, haré
ese ejercicio mental que me explicaron y nunca tuve necesidad de utilizar.
Ahora es el momento. Pensaré en algo bello, en un hermoso río rodeado de
palmeras, un aroma exquisito de alguna flor silvestre, la mano tibia de esa
persona que conocí hace tanto tiempo y nunca he vuelto a ver, esos ojos de una
penetrante y a la vez dulce mirada. ¡Ya me siento mejor!, exclamó, estoy segura
de que podré subir esa cuesta y quizás todo lo que he imaginado aparezca detrás
de ella.
Le has otorgado positividad, optimismo y el dulce sabor de la esperanza a esta cuesta tan difícil de subir, como la vida, en una especie de alegoría del duro y, sin embargo, maravilloso existir.
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