El sol brillaba y calentaba tibiamente mi piel. Me sentía pletórica, iba
subiendo la cuesta hacia mi casa pensando en mi familia y en la felicidad que
me producía ver a mis hijos crecer.
De repente, un frenazo me hizo girar rápidamente para ver quien era y me
encontré con una cara simpática, una sonrisa amable, unos ojos vivos y dulces a
la vez. ¿Quiere que la lleve? Me preguntó. No gracias, ya estoy llegando, esa
es mi casa, dije, pues yo vivo enfrente, contestó y, de esta forma, conocí a mi
vecina.
Durante 30 años compartimos muchos momentos agradables que fueron los más
y también los hubo tristes, pero en todos ellos nos apoyamos.
Una Navidad nos atrevimos a preparar hallacas y pan de jamón, con no muy
buena mano, según las críticas, pero de igual manera lo disfrutamos.
Yo recibí flores muy bellas de su jardín y ella algunos mangos del mío.
Inolvidables recuerdos, pero lamentablemente “Nada es para siempre”. Un día, me
anunció que pronto regresaría a su país de origen, yo ya me lo esperaba y pensé
que tenía sus razones aunque esto sería muy triste para mí. Ya no tendría con
quien quejarme de mis dolencias, ni a quién preguntarle sobre por qué mis
flores no crecían tan hermosas como las suyas y además ya no oiría su voz en el
teléfono pidiendo el número del técnico de la televisión o el plomero o lo
decepcionada que estaba con su coche que no arrancaba.
Y llegó el triste día de la despedida. Sus ojos siempre alegres estaban
arrasados de lágrimas y también los míos y no nos queríamos mirar de esa
manera. Era mejor recordarnos como en los
viejos tiempos, con risas, con bromas, festejando la vida.
El día que empezaron los trabajos de remodelación de su casa, más que
nunca, me di cuenta de que ya todo sería diferente. Ya no estaría la puerta a
la que tantas veces llamé, ni el jardín que tanto admiré. Ya la casa de
enfrente, en lugar de alegría, me
producía un tremendo vacío, al verla.
Por eso,
tristemente, le doy la razón a Facundo Cabral que decía en uno de sus versos:
Cuando
un amigo se va
Galopando
su destino
Empieza
el alma a vibrar
Porque
se llena de frío.
Estoy de acuerdo contigo y también con Facundo Cabral. El vacío que dejan aquellos amigos, o aquellos seres queridos que se van, solo lo llena el recuerdo de los momentos dulces compartidos. Me emocionó tu relato, Alicia, pues me trajo a la memoria lo que nunca se ha ido de ella, el recuerdo de aquellos amigos míos que se fueron.
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