Había
quedado en la playa al atardecer. Luis
llevaría puesto un diminuto bañador color escarlata porque, según él, ese color
destacaba más su piel morena. Ana iría
con un traje de baño de una pieza, como correspondía a una mujer recatada como
ella; el que le había recomendado la vendedora, casi no lo ve, ¡hecho con unas
tiritas tan finas!.
-Si
necesitara hilo dental, habría ido a la farmacia –le dijo a la dependienta, al
tiempo que se lo devolvía.
La tarde
refrescaba y ella estaba nerviosa, pendiente de por donde vendría él, mientras
se anudaba el pareo. Se preguntaba cómo
sería, porque solo se conocían por fotos.
-¡Oh! ¿Qué
veo? – exclamó colocando sus manos en la boca para que no le saliera el grito
de ¡admiración!. –Sé que es Luis.
Él, de
lejos, también la observaba seguro de que era ella.
Corrieron
uno hacia el otro y, fundiéndose en un abrazo y casi sin mediar palabra, sólo
atinaron a decirse a dúo ¡te quiero, te quiero!.
Luego, sin
más, salieron de la playa, alquilaron un coche deportivo y subidos en el, se
fueron a la ciudad.
Al llegar al
hotel, se percataron de que se habían olvidado el equipaje en la oficina de
alquiler de coches. Luis quiso
disculparse y le comentó al empleado que estaban de luna de miel.
-Ah!, ahora
entiendo porque olvidaron su equipaje. ¡No necesitan ropa!
¡Qué bueno, Águeda! Fiel a tu estilo, lleno de un sentido del humor que se agradece.
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