Había pasado tres años desde que Jorge se fue a
trabajar a otra isla, dejando a su mujer y a sus hijos, con la esperanza de
arreglar los problemas económicos que tenían.
Tuvo suerte porque consiguió trabajo enseguida. Echaba mucho de menos a su familia, aunque estaba
contento de trabajar en aquella finca, a pesar de que le costó mucho adaptarse
a estar con gente desconocida. Todas las
semanas cobraba su salario y enseguida se lo mandaba a su mujer. También le enviaba una carta diaria.
Así fue hasta que, poco a poco, fue fallando, igual
el dinero que las cartas. Los hijos
decidieron ir a ver al padre y lo encontraron muy desmejorado. Le propusieron entonces que regresara a casa,
que ellos se harían cargo del trabajo y
mandarían sus salarios a su madre y a él.
El padre les contestó que aquello era imposible, llevaba mucho tiempo
enfermo y no se iba a presentar así a su mujer.
-No puedo más, tu madre que cargue con los problemas
de la casa y con todo lo demás, hasta aquí he llegado, adiós –les dijo a sus
hijos, y se largó, dejándoles toda la angustia de que él se desprendió,
haciéndoles vivir en la incertidumbre el resto de sus días.
Misteriosa despedida la que nos cuentas, Maruca. El lector se quedará también en medio de la incertidumbre.
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