Juan caminaba por la calle, rumbo a su trabajo,
cuando se encontró con su amigo.
-¡Hola Felipe! ¿Qué es de tu vida?
Se abrazaron con emoción.
-¿Cuánto hace que no nos vemos? ¿Y la familia cómo
está? ¿Y la prima Rosita?- preguntó sin tregua Juan.
-Juan, sabes que yo estaba loco por ella pero no me
hacía mucho caso y me cansé de esperarla –le contesta Felipe –se casó y tiene
un niño.
-¿Tú trabajo cómo te va?
-Regular –dice Felipe –pendiente de despido, la
empresa está haciendo limpia y me temo que me va a tocar quedarme afuera.
-¡Qué desgracia! –comenta el amigo – yo no estoy
mejor. Hace un año que busco trabajo y
no he tenido suerte. ¿Tomamos un café y
recordamos viejos tiempos?
Con el café, siguieron la conversación.
-¿Estás casado, Juan?
-Sí, pero mejor no lo hubiera hecho. Después de un tiempo en que todo iba bien, un
día mi mujer desapareció, dejándome solo con la educación del hijo, el futuro
de la familia y las deudas. Estoy hundido.
Vivo en una incertidumbre día a día.
Ojalá las cosas cambien –mientras habla, Juan saca una foto de su
cartera. Una foto de su hijo donde
también está ella.
Cuando Felipe la ve, calla. Quiere marcharse, ya la conversación no le
interesa. Acaba de enterarse de que la
desaparecida esposa de Juan, hace dos años que duerme en su cama.
Una conversación en toda regla, un encuentro fortuito que nos conduce a una historia sin contarla.
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