¡Qué bonitas
zapatillas!, pensé al verlas en el escaparate y, a continuación, seguí
diciéndome a mí misma, ¡oye, pero si tú nunca has tenido unas zapatillas!. Es verdad, me contesté de nuevo, haciéndome
una pregunta inmediatamente después, ¿y por qué no te las compras, qué te lo
impide?. Volví a fijarme en las
zapatillas que tenía delante de mí, otra vez.
Frente al escaparate de la tienda donde me encontraba, me dije, ¡tienen
el taconazo que me gustaría ponerme, un color marfil precioso…! ¿qué esperas
para comprártelas?.
Entré en la
tienda y, nerviosa, pregunté señalándolas, ¿tiene usted el número 39 de estas
zapatillas, por favor?. La señorita que
me atendió me pidió que la disculpara un segundo y entró al almacén.
Yo quedé muy inquieta, esperando y rogando que me dijera que sí, que las
tenía en mi número. ¡Dios, qué alegría me
dio cuando la vi llegar con un par de zapatillas en las manos y me pregunta,
¿son éstas?, sí, sí, le contesté rápidamente. Entonces, ¿se las lleva?, volvió
a interrogarme, ¡claro que sí, las compro, las compro! Por fin iba a tener mis primeras zapatillas.
A veces, es un verdadero deleite, sucumbir ante un capricho. Regalarte el cumplimiento de una ilusión, aparentemente banal, nos regala momentos bonitos como el que nos cuentas, Mercedes.
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