Hay algo muy importante en mi vida que
valoro mucho. En mi niñez, en mi adolescencia, en mi madurez, actualmente, sigue
vigente ese valor, sigue ahí y es evidente que me ha marcado positiva y
negativamente.
Debo estar agradecida porque es un
privilegio gozar y disfrutar de ella, aunque una buena parte ya no está. Bien
es cierto que disminuye más que crece.
Mis recuerdos de aquella época con
ella, la mayoría son de felicidad. Vacaciones, navidades, reuniones,
cumpleaños, juegos. Es cierto que la mía era una familia muy unida, defensora
unos de otros, celosa de los suyos, pero sobre todo conservadora y tradicional,
pendiente de los problemas que acuciaban a sus miembros, apoyándose en lo malo
y congratulándose de lo bueno.
Cada año al llegar Navidad, procuro
hacer un recordatorio de lo que se hacía, las costumbres, las rutinas, la
comida… e intento llevarlas a cabo, porque me gustaba como se sucedían unas
tras otra.
La noche de Reyes y todos los días que
antecedían, se vivía de manera especial. Soy la mayor de cuatro hermanas. Mi
hermano, ocho años mayor que yo, no participaba de esta fiesta en la misma
situación. Esa noche “dormíamos” juntas, más bien no pegábamos ojo. Oíamos todo
con cierta ansiedad y a la vez temor. Mi madre y mi tía, ayudadas por mi abuela
materna, cosían toda la noche ropita para las muñecas de otros años y uno de
mis tíos, la planchaba y la colocaba en una canastilla. Mientras, mi hermano
hacía de rey mago, voceando y tocando en las puertas, creando ambiente. Mi
padre y otro tío, llegaban de madrugada con churros para las costureras.
Entre murmullos, repicar de máquinas de
coser, toques y voces, risas, ruido de bolsas y papeles, llegaba la hora de
salir de la habitación, al aviso de ¡¡ya llegaron, ya llegaron!!. Nerviosas,
temblando de emoción, venían a por
nosotras y nos tapaban los ojos. Nos guiaban hasta donde se suponía que
Melchor, Gaspar o Baltasar, habían dejado nuestros regalos que,
sorprendentemente y para la época, eran abundantes.
Siempre nos hacían alguna trastada,
como sustituir dentro de la caja de la
muñeca más esperada, una desteñida, antigua, incluso rota. Inmediatamente
subsanaban “el error”.
Sigo con esa costumbre y vivo esa
noche, preparando la trastada de turno, primero para mis hijos pequeños, que
siguió de mayores y actualmente al resto de la familia también. Desde el verano,
comienzo a confeccionar los regalos, la mayoría reciclados y hechos con mucho
cariño. Esta es una consecuencia de mis vivencias y solamente por ver las
caritas de mis nietos, igual que hacía mi madre, mis tíos y abuelos. Todos
querían ver nuestras caritas también, todos querían estar presente cuando
despertábamos.
Entrañable, es el primer adjetivo que me llega a la boca, para pronunciarlo en voz alta y ver como salen de él, mis propios recuerdos de la mano de los tuyos. Dulces memorias compartidas y repetidas…
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