El anciano encontró la llave en el
macetón de la entrada a la casa, después de haber rebuscado, con gruñidos y
maldiciones entre los matojos, manchándose las manos de tierra.
–Ya le había dicho al pillastre de mi nieto
que no la guardara aquí, es un lugar demasiado obvio y nos pueden robar –masculló
mientras empujaba la puerta.
Luna, la gata, le dio la bienvenida
entre maullidos.
–Bueno, tu compañía es mejor que nada, vamos a
comer algo y luego a descansar…
Seguidamente, se repanchigó frente
al televisor, no sin antes reparar en que aún no tenía la llave en la mano.
–¡¡Maldito Alzheimer!! –dijo entre
dientes, y entonces la escondió en una gaveta llena de cachivaches.
Sabor agridulce el de este relato que, sin estridencias, nos introduce en el mundo de los olvidos, ese al que puso nombre don Alzheimer. Me gusta que lejos de dramatismos, sensiblerías baratas y escenas lacrimosas, abordaras este tema con distancia porque, pese a ella o tal vez por ella, se ve dibujado perfectamente.
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