Esta semana, en el taller de narrativa,
nos han pedido un trabajo de retrospección en el que debemos hallar algún punto
de inflexión desde el cual se haya proyectado la persona en la que me he
convertido, pero, sinceramente, no lo he encontrado.
Desde muy joven, he sido una persona
inquieta, y mi gran objetivo vital ha sido el crecimiento interior, huyendo de
los convencionalismos, aunque eso suponga ir a contracorriente. Soy persona de minorías, de “petit comité”.
La verdad es que he tenido una vida cuanto menos peculiar y he vivido
situaciones y experiencias que han contribuido a consolidar a éste que ustedes
conocen en la actualidad pero, tengo que decir, que esas experiencias vitales
me han ocurrido porque yo, en su momento, decidí tomar ese camino; pudiendo
elegir otro quizás más fácil para mí.
Podría decir que uno de esos momentos
fue cuando descubrí la danza, pero creo que fue ella quien me descubrió a mí.
Tuve que separarme de mi familia con apenas 17 años. Yo quería luchar por mi
sueño, necesitaba volar, y no tuve la más mínima duda para tomar ese rumbo. Fue
duro, aunque yo era muy feliz. Tuve carencias vitales por las que, cualquier
otro, hubiera cogido la maleta y vuelto a casa, a la protección familiar; pero,
la necesidad de bailar me retroalimentaba. Con esto quiero decir que, en mi
caso, no ha habido alguna experiencia que haya cambiado ni mi forma de ser, ni
la visión que yo tenía de la vida; digamos que fue un proceso evolutivo natural
en mí.
Hay personas que, de repente, dicen
sentir la llamada de Dios y toman los votos cambiando su forma de ver la vida. Otros,
tienen un destino muy predeterminado, como el niño que estudia piano o canto
porque tiene claro lo que quiere ser de mayor, o por influencias o imposiciones
familiares. A otros les marca, por ejemplo, haber visto en un documental el
trabajo del soplado del vidrio y, entonces deciden que es eso y no otra cosa lo
que quieren ser en su vida. A veces, el destino nos coloca en situaciones
límite, como la pérdida prematura de un ser amado. Esto debería de ser un
revulsivo para que nos liberemos de viejos prejuicios y estúpidos
convencionalismos, que encorsetan nuestra existencia. Saquemos pues,
conclusiones de estas experiencias y aprendamos a valorar los que realmente
importa: las pequeñas cosas. Todas estas vivencias nos deben servir para crecer
interiormente. Pero esto no es fácil, porque hay que tener el coraje de
enfrentarse a uno mismo, a la autocrítica. Tenemos el estigma de una educación
sexista y nuestra espada de Damocles: la
todopoderosa, religión; esa invención creada para dominar pueblos que se
alimenta de la ignorancia e insulta el intelecto… puesto que todo dogma implica
en sí mismo la incapacitación del
raciocinio; algo que se nos ha dado precisamente para poner en duda su más
sospechosa objetividad. Por desgracia, no todo el mundo evoluciona en la buena
dirección; algunos ni siquiera lo hacen y, hay otros, que hasta involucionan
quedándose en una entidad cavernaria. De esas mentes estrechas nace la
intolerancia, la xenofobia, el racismo, la homofobia, ... A veces, la envidia y
la codicia están detrás de una vida aparentemente exitosa, y las personas se
rodean de falsos amigos para engañar esa existencia de teatrillo cuando, en
realidad, están huecos, sin sustancia. Es un abismo al que no se asoman porque
temen descubrir una ingrata realidad, la soledad vital…
En fin, todas estas ideas, esta
búsqueda interior, fluye continuamente. Es una senda existencial por la que
vengo para intentar llegar a lo que en
verdad me importa…: ser cada día mejor persona y, así, ser feliz.
Como decía el poeta: “Caminante, son
tus huellas el camino y nada más. Caminante, no hay camino, se hace camino al
andar”.
No encuentro qué comentar sobre este corazón abierto que nos muestra lo que ya sabíamos, y en algunos casos intuíamos, sobre tu mundo interior. Gracias por compartirlo y por dibujarlo con palabras lúcidas y certeras para quien te conozca o te lea.
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