Después de haber tenido una vida organizada y
feliz, empezaron los problemas económicos y familiares. Su esposa, un día, decidió irse de casa, más
tarde se divorciaron. Los niños quedaron
con él, por resolución judicial, y esto enfureció a Julia, su ex-mujer. Juró que se vengaría, así que, un día sacó a
los niños del colegio y desapareció con ellos.
Mario, desesperado, hacía cuanto podía para
encontrarlos y, sin éxito, la tristeza lo invadía cada vez más. Su situación económica tampoco mejoraba, lo
cual no le ayudada precisamente en la búsqueda de sus hijos.
El tiempo pasaba y con el paso de los meses,
terminó conformándose. Se sentaba a la
orilla del mar, frente a su casa y miraba hacia el horizonte, repitiéndose que
algún día los encontraría.
Una tarde, sentado frente al mar esperando no
sabía qué, le entregaron una carta. Fue
tal la emoción al comprobar el remitente que no podía ni abrirla. Miraba y miraba la carta, mientras las
lágrimas resbalaban por su rostro curtido y envejecido por los años. Al fin la abrió. Era su hija quien le escribía desde otro
país. Le informaba que se casaba y le
decía que le haría mucha ilusión que su padre la llevara al altar. Le enviaba un pasaje y le pedía perdón por no
haberse puesto en contacto con él, aunque le habló de las causas y las circunstancias
que la habían motivado… Nunca era
tarde. El día que tanto había esperado,
estaba allí. No cabía duda de que había
llegado el momento de tan ansiado encuentro.
Es fácil de entender la alegría de Mario. Como lector, se vive la angustia de su pérdida y la satisfacción del reencuentro. Eso debe significar que está bien contado.
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