En una ocasión, estando de
vacaciones con mi familia, me encontré el primer día del mes de agosto en un
lugar donde no parecía estar en el lindo verano que acabábamos de dejar donde
vivimos, sino más bien en medio de un invierno suave, con un verdor en los
campos impresionante. La casa que nos
habían facilitado unos amigos para disfrutar de nuestra estancia, estaba en
plena naturaleza, sobre una colina. Al
abrir las ventanas, podíamos ver aquellos valles verdes tan bellos, llenos de
manzaneros; un espectáculo maravilloso.
Todavía hoy, lo recuerdo. Desde
la ventana, cogí unas cuantas manzanas pero pronto comprobé que eran muy ácidas
pues eran las que se usan para hacer sidra.
Esa era la razón de que hubiera por allí tantas plantaciones de
manzaneros. Llegó la noche y nos
dispusimos a descansar para continuar disfrutando al día siguiente de aquellos
maravillosos paisajes.
Al levantarme, comenté con mi
familia, que aquello se parecía a los parajes de la serie de Heidi, rodeados
como estábamos por el intenso verdor de las laderas de las montañas. Más tarde, observando la rutina de los
habitantes de un pequeño pueblo cercano, me fijé en una mujer que, subida en un
tractor, chuzaba las colinas. Era la
manera de llegar donde pastaban sus vacas.
Seguramente habría un camino que seguir pero, desde lejos, en medio de
tanta hierba, yo no lo distinguía. Dando
un paseo por los alrededores, contemplamos la belleza de unos lagos entre las
montañas y el nacimiento de un río.
Había agua por todas partes. Era
fácil entender la razón de tanto verdor.
Quedé enamorada de aquel paisaje y
del pueblo con sus casas antiguas de labradores, sus caminos verdes y estrechos
por donde, a duras penas, pasaba un vehículo y sobre todo, la amabilidad de sus
gentes. Algún día volveré.
Has descrito esos paisajes de modo tal que, a uno le invade el deseo de irlos a conocer cuanto antes. Preciosas descripciones, Maruca. Muy efectivas.
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