Eloina vivía con su madre y su padrastro porque había
quedado huérfana de padre cuando era una niña.
Al principio, todo iba bien pero luego, su vida fue cambiando. Su madre tuvo que salir a trabajar y la joven
dejó de ir a la escuela. Como el
padrastro era un gandul y un lujurioso, empezó por traerle regalitos y a
decirle cosas bonitas. Ante aquello,
ella tenía que callar y dejarle hacer lo que quisiera. Esas situaciones eran cada vez más
frecuentes.
Eloina ya no podía soportarlo y una noche, llenó su
mochila y se escapó, cansada de tanta vergüenza y sufrimiento. Caminaba asustada porque había mucha
oscuridad. De vez en cuando pasaba un
coche. Ya estaba agotada cuando paró uno
a su lado. El hombre que lo conducía era
algo mayor y estaba vestido con ropas caras.
Esto le infundió confianza.
-¿Hacia dónde te diriges?- le preguntó
-Hacia el próximo pueblo- respondió la joven
-Pues sube que yo paso por allí
Durante el viaje, estuvieron hablando de muchas cosas
pero, Eloina empezó a preocuparse pues notaba que aquel señor se le estaba
acercando demasiado. Aguantó un poco más
pero, sin casi pensarlo, abrió la puerta del coche y se lanzó a la
carretera. El vehículo aceleró su marcha
y ella tuvo suerte al caer sobre la mochila.
Caminando llegó al pueblo y pronto encontró trabajo en
una panadería. Ya más tranquila, todas
las tardes paseaba hasta un desfiladero para ver el mar. En uno de esos paseos, se le acercó un
muchacho y poco a poco, día a día, hablando, ella le contó su vida y el joven
con paciencia, le explicó que todos los hombres no son así, que el amor es un
sentimiento profundo que con respeto, mucho cariño y comprensión mutua, se
puede llevar una vida muy distinta a la que ella había llevado.
Con el tiempo, se casaron y fueron muy felices.
Trágica historia con final feliz. Versión moderna de un cuento de hadas donde el amor vence finalmente. Ojalá siempre fuera así.
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