Éramos
bien pequeñas; mi amiguita Martha y yo apenas alcanzaríamos los seis años. Pequeñas pero, muy intuitivas. Las dos sabíamos que nos esperaban unas
vacaciones muy aburridas. Nuestros
respectivos padres no podían costear nada mejor que una visita a algún familiar
en un pueblo cercano y, nada más.
Eran
tiempos difíciles y aun siendo tan pequeñas, lo asumíamos. Así es que Martita y yo decidimos irnos de
excursión por nuestra cuenta. Mi amiga
me tocó la puerta y dijo
-Mis
padres duermen la siesta, ¿y los tuyos?
-No
los veo, estarán en el patio
-Entonces,
¡Vámonos!
Era
una tarde calurosa y caminamos y caminamos y ningún conocido nos vio. Nos sentíamos libres, felices en manos del
viento que suavemente soplaba a nuestras espaldas.
De
repente, vimos un caminito de grava y como dos aventureras por allí
seguimos. Queríamos ver mundo y nos
topamos con una arena blanca y el mar; ¡qué emoción! ¡qué paraje tan precioso!. No podíamos casi respirar; habíamos encontrado
un pedacito de paraíso terrenal.
Pero,
una voz nos devolvió a la tierra. Era
una chica ya mayor que, por lo que vimos, cuidaba a sus hermanos pequeños que
chapoteaban en el agua, gritaban y reían.
Creo que estaba aburrida con su tarea y, al vernos algo aturdidas y
perdidas, vio en nosotras alto de diversión y se ofreció a peinarnos y
pintarnos. Nunca he olvidado los aromas
de aquella caja de maquillaje que usó con destreza en nuestros asombrados
rostros.
Y
así fueron transcurriendo las horas hasta que, de pronto, un fuerte viento nos
sacó de la ensoñación, nos asustó y nos hizo recordar que estábamos lejos de
casa, y decidimos regresar.
A
la entrada del pueblo, nos sorprendió ver un montón de gente reunida.
-¿Qué
habrá pasado?- le pregunté a Martita.
-Pues
no sé, estarán buscando a alguien –me contestó.
-¡Ay!
–pensé –Ojalá no sea a nosotras.
Pero
sí, así era. Mi madre se acercó con cara
de pocos amigos y mi padre, rapidísimo, me levantó lo más alto que pudo, de
modo que las intenciones de mi madre se quedaron en unos golpecitos en mis
piernas.
-Pues
vaya –pensé yo –todo esto ha sido por culpa de nuestra amiga desconocida que se
ha divertido con nosotras y se ha quedado con un viento sin nombre, una brisa
marina y un libro en las manos.
Genial aventura infantil, de las que quedan grabadas en la memoria para siempre.
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