Aquella
tarde, la lluvia azotaba las calles desiertas y encharcadas. Madelaine lo contemplaba todo detrás de la
ventana, con cierta melancolía pues aquellas imágenes la transportaban al
pasado, echando su mente a volar.
Un
día como aquel, bajo la lluvia, tuvo que comenzar su camino, huyendo
aterrorizada de su propio padre, que la había canjeado por unas deudas de
juego.
Su
madre le advirtió y aconsejó que marchara lo más lejos posible y que, por su
bien, no volviera jamás. Ella obedeció,
emprendiendo su camino y no descansó mientras la luz del día la había
acompañado. Durmió subida a los árboles,
por miedo a los animales y después de varios días de duro trayecto, al fin
llegó maltrecha y hambrienta a un poblado habitado. Sólo entonces fue consciente de que no había
tenido miedo y se prometió a sí misma que allí en ese momento moría para
siempre la ingenua María Elena y nacía Madelaine, una nueva mujer, irresistible
ante los ojos de los hombres. Ella era
consciente de su belleza y su cuerpo escultural, por lo que decidió usar el
primer pecado capital, la lujuria, como su único sustento.
Recordó
aquellos primeros días cuando, con los nervios a ras de piel y el estómago en
arcadas, empezó sus andaduras en las artes y las ciencias de los juegos de
alcoba. Fueron muy duros. Un temblor se
había apoderado de ella y el latido de su corazón martilleaba sus sienes, con
las orejas encendidas como farolillos rojos de feria.
Pronto,
todo eso se disipó. Al paso del tiempo,
su clientela se convirtió en selecta; unos cuantos amantes ricos que la
complacían en todos sus caprichos, a cambio de que ella los mimara esperándolos
con una botella de exquisito champán francés bien frío, vestida con unos
modelitos sexis de corsetería fina. Eso
hacía que sus clientes desaparecieran de este mundo en alas de su habilidad y
maestría en materia de seducción. Era tanta
la lujuria empleada en sus movimientos que dejaba en la piel de la memoria de
sus amantes, la huella de su destreza. Ella supo convertirse en una droga a la
que siempre deseaban volver.
Madelaine
se retiró de la ventana, se sirvió una copa de brandy. La tomó lentamente, al mismo tiempo que
recorría la habitación con su mirada empañada en lágrimas. Tengo de todo y no
tengo nada, pensó.
Excelente. Buen uso del lenguaje con muy buenas imágenes literarias.
ResponderEliminarEsta preciosa historia es realmente profunda y dura.
ResponderEliminarTe felicito Lilia, un saludo David.
''Felicidades¡¡ te ha quedado un excelente relato.
ResponderEliminarun beso Carmen.
Que profundo!! Felicidades!!
ResponderEliminarMi hermana, me he quedado realmente sorprendida, mi enhorabuena! la verdad que este curso esta haciendo que salgan las grandes artistas que tienen dentro, cada día se superan más, me llena de orgullo las ganas y el empeño que pones en tus relatos, se sienten y eso solo quiere decir, que es algo que haces porque te gusta de verdad. Muy bien sigue adelante y cuenta con todo mi apoyo. Eres mi ejemplo y te quiero mucho!!!
ResponderEliminarMERCEDES MARTIN ABREU