No
me gusta estar gorda y menos mal que mi genética me acompaña y estoy
medianamente tiposa aunque, de vez en cuando, pierdo la cabeza y no paro de
comer, como cuando fui a la Romería de Las Carboneras. Como me mandan, por prescripción médica, a
comer cada cinco horas, me lleve mi bocadillo y mi fruta. Fui a pie, claro, e hicimos un alto en el
camino para comer. Entrando al pueblo,
me tomé mi vasito de vino y una vez en la romería no podía perdonar ver pasar
las botas de vino herreño que tenían mis amigos, sin probarlo. Más tarde, el bocadillo de chorizo perro, el
huevito duro, aparte de las papitas arrugadas; no podía despreciar nada de lo
que me entregaban.
Terminada
la romería, fuimos a almorzar con el grupo de bailarines porque tenían la
comida encargada: carne de cabra, pollo, garbanzas, más vino, postre,
café…Total, que cuando llegué a casa tenía el estómago revuelto de tanta
comida.
Tengo que
confesar que mi mayor pecado es la gula.
¡Qué hambre! La próxima vez me apunto
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