Esa Navidad que pasé en un lejano país
y en un tiempo remoto, dejó en mi existencia una huella llena de torbellinos
nebulosos pero de un bonito recuerdo.
El viaje aseguraba promesas de
realización y quién sabía qué otras peripecias que yo, con mi alma de joven,
deseaba experimentar. A la llegada, me
recibieron mis padrinos, en cuya casa iba a pasar, en principio, mi
estancia. Sus hijos, dos chicos y una
chica, fueron encantadores conmigo y yo, aliviado, me dispuse a descansar.
Al paso de los días, sin embargo,
comencé a notar ciertas tiranteces con la chica. No me traga, pensé, será cosas de mujeres o
de celos. Pronto olvidé el asunto porque
ya mi padrino me había conseguido trabajo en un banco, en el que entré de boy-office,
como llaman allí.
Mi mesa de trabajo estaba enfrente de
la del gerente y a mi izquierda estaba la de su secretaria, una mujer de unos
treinta y cinco a cuarenta años, muy atractiva, me dije yo. Pasaron los días y poco a poco me fui dando
cuenta de que ella me miraba de soslayo.
Comenzamos a trabar amistad, tanto que la cosa fue llegando más lejos.
No entraré en detalles de cómo
ocurrieron los hechos, pero una tarde llegué a casa después del trabajo y
comenté a mis padrinos que esa noche la iba a pasar fuera de casa. Esa noticia les dejó impactados; no estaban
acostumbrados a acciones como aquella por parte de sus hijos, pero como se
trataba de mí y me tenían confianza, accedieron.
El caso es que el tema en cuestión se
repitió un par de veces más. La hija,
que era como de mi edad, abandonó su sequedad conmigo y más atrevida y curiosa
que los demás, me preguntó, Juan Pedro, ¿cuál es tu secreto?. A lo que le respondí con una sonrisa que no se
preocupara, que no se trataba de nada malo.
Celebramos la Navidad con la alegría y
el derroche que se acostumbra en
aquellas latitudes. Yo notaba como la
chica ahora, se dirigía a mí de un modo un poco comprometedor. Estoy bajo un techo ajeno, me dije asustado. Pero claro, la juventud no entiende de trabas
ni es consciente de los peligros, así que me dejé llevar. Ese juego, sin embargo, duró poco, porque ya
acabando las Navidades, a mi amiga le presentaron a un señor de cierta edad,
pero apuesto y ella se dejó conquistar.
Allí las historias se presentan así, de un día para otro. Ella vino a disculparse pero yo le deseé que
fuera feliz, aunque en el fondo me dolió un poco; no demasiado puesto que esa
aventura no había durado mucho tiempo.
Al cabo de unos meses, volví para las
Islas, no eché raíces en esas tierras, quizá el destino me obligó a volver
puesto que aquí fue donde labré auténticamente mi vida. Pero, sí recuerdo aquellas Navidades como las
más intensas que he vivido.
Recuerdos de la juventud grabados como un sello en la memoria porque guardan la intensidad de las primeras veces, la fascinación que produce en esas edades la aventura de vivir…
ResponderEliminarEste relato está lleno de vivencias, de sentimientos, de recuerdos de la juventud que son un tesoros. Genial.
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