-¿Realmente
crees que llevo máscara?
-Totalmente.
Claro que lo creo. Es más, llevas una
máscara cada día. Es muy difícil no
llevarla, a mí me cuesta mucho salir sin ella.
Esta
conversación se desarrollaba en el descansillo de sus viviendas. Eran amigos de la infancia y además
coincidieron en aquel edificio.
Comenzaron charlando, después de salir del ascensor y con las bolsas de
la compra en sus manos, sobre la forma de vivir de cada cual.
-Hay muchos
vecinos en este edificio que se meten en la vida de los demás, pero como de
todo tiene que haber, ese es el motivo por el que todos y creo no equivocarme,
todos llevamos una máscara cada día –decía Daniel, el más joven.
-Gracias a mis
variadas máscaras, empatizo con todas y cada una de las personas con las que me
cruzo a diario, es una forma de entender a los demás –aclaró José.
-Disculpa, eso
se llama hipocresía.
Al cabo de unas
semanas, Daniel se preguntaba dónde estaría José y le preguntó a uno de sus
vecinos.
-¿No te has
enterado? Se fue al pueblo, a su lugar
de nacimiento…, a morir. Hace un par de
años que sufría una enfermedad incurable.
Un relato con un final para reflexionar. De tono acertadamente trivial en un inicio, nos conduce hacia un desenlace de tal intensidad que te obliga, quieras o no, a quitarte la máscara y detenerte a pensar…
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