Teníamos en La Laguna, frente a la
plaza, un pequeño negocio familiar que se llamaba “La Casa de Darío”; el nombre
de mi esposo.
Les diré que él es una persona
especial…porque es muy positivo y sus ocurrencias, que por cierto son muy
graciosas, le salen de forma espontánea.
Teníamos una máquina de asar pollos
y él era el encargado de ese trabajo. Cuando los pollos que giraban en la
máquina ya estaban algo cocidos, él les hacía un trabajo especial. Se ponía
frente a la máquina y con dos cuchillos jamoneros, ¡¡enérgicamente!!, trinchaba
la pechuga de los pollos para luego untarlos con un mojo especial preparado por
mí a base de hierbitas y limón. Mientras se encontraba en esa tarea, entró una
clienta habitual algo mayor y mirando a mi marido, le pregunta inocentemente : ¿Don
Darío, qué les está haciendo a los pollos?. Mi marido la miró…y con la sorna
que le caracteriza y la mayor seriedad y tranquilidad le respondió…: ¡Los estoy
matando para que no se me vuelen a la plaza!
La señora, muy seriamente, como si
en realidad estuviese haciendo eso, le respondió ¡Ah…! Y entró en la tienda sin
inmutarse. Yo y mi hija, que estábamos detrás del mostrador, no podíamos
contener la risa.
Perla, he disfrutado mucho leyendo sobre las ocurrencias de tu marido. El buen humor y la risa es un aliado que deberíamos tener siempre de nuestro lado. Tu escrito me lo ha recordado. Gracias.
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