No todas las
noches son frías y no todos los días son cálidos. Aquella noche cuya madrugada fue escarchada,
dos cuerpos la tornaron, a la luz de la luna, en noche de fuego, sin medir el
tiempo. Aquel primer miedo, se
transformó en la deseada pasión. Se
dejaron llevar por la brisa de aquel aliento sinuoso, por el campanear de
corazones, por los ecos de movimientos sin fin.
De ese modo, navegaron juntos como palomas al viento, como libres
adolescentes que ya dejaban de serlo.
Momentos aquellos en los que el corazón te lleva de la mano y las
consecuencias no se miden porque el alma es tan grande que no te deja ver…
Aquel fue el
único invierno para beber de aquella fuente virgen, porque aunque hubiera
querido ser un sueño, no hubo más remedio que aceptar la realidad. Al asomar el sol, sus manos y sus máscaras cayeron y allí se vio cuál de
ellas tendrían por siempre marcadas, como lágrimas por no volver a corresponder
en ninguna estación de la vida. Para uno
de ellos sólo había sido una aventura más, de las marcas que quedan en el
corazón para otros; ya que es la suma y no la resta la que madura a la
experiencia.
Hay una historia que subyace en medio de esta prosa florida tan llena de poesía e imágenes hermosas.
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