Al contrario de lo que está ocurriendo
hoy en día en este país, en la situación política que nos está tocando vivir,
en la que distintas fuerzas no deciden actuar debido a querer sopesar en exceso
los pro y los contras de posibles pactos que pudieran mermar sus expectativas
de lograr altas cotas de poder, para mí el acuerdo que he establecido implica
poco o casi nada, a nivel ganancial o personal, ya que en él no hay un “otro”
con el que haya tenido que llegar a un pacto en el que secretamente se tiene la
intención de ser uno mismo el que salga ganando.
Ocurrió del modo más poco convencional.
Mi promesa se la hice a alguien de naturaleza implacable y que sé que está
siempre ahí, vigilante, al acecho. No puedo establecer ni cuantificar en años,
en siglos, en ninguna medida de tiempo cuando se selló el mismo, quizás desde
siempre, pero a pesar de lo intangible de la relación con alguien tan cercano y
lejano a la vez, aunque a veces pienso que me he zafado de él, cuando menos lo
espero, vuelve a aparecer de distintas formas y en diversas circunstancias,
quizás para recordarme que las cosas no son tan fáciles como yo quisiera que
fuesen. No obstante, debo reconocer que ha habido momentos en los que sólo el hecho de sentir su presencia
me ha inspirado y fortalecido, y a veces, en esas situaciones en que nos
acordamos de Santa Bárbara cuando truena, he reflexionado sobre el curioso amor
e interés que me transmite ese ser tan peculiar.
Un pacto secretísimo con nosotros mismos, el que se esconde de los demás, el que nos habita más allá de la máscara de cada día.
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