Pasan los
días, los meses,
los años, y
siempre es igual,
o peor, porque
ella desciende cada
día al mismísimo
infierno, sumida en
una profunda soledad,
esa, la que sufre el
que no vive
solo.
Él, un vividor de
profesión, tan viril, semental
y vano, hasta
el día de
hoy, que los
sanitarios le han
sentado en su
poltrona favorita, la
que dibuja su
figura, anexada al
contorno del fondo de
la botella, todo
es lo mismo,
pero ya nada
es igual, ahora es tan
frágil, impotente, y
badulaque, pero ella
lo prefiere así,
y nuevamente se
ha subido al
tacón. Desde la puerta,
le lanza un beso
de despedida diciendo, cariño, feliz
navidad, espero tener
una noche buena.
Un asunto de karma o la vida que es como un bumerang devolviendo aquello que se lanza. Sin duda este es un relato de Navidad atípico, tal como se pedía. Buen trabajo
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