Recostada sobre aquella cama enorme
y llena de almohadones, divagando sobre el vacío que había dejado meses antes
su pareja y la anterior y la anterior de la anterior, se preguntaba, ¿qué
extraña actitud los llevaba a todos a irse y dejarla en una decepción continua?.
Para ella eran como cobayas dispuestos a pasar otra prueba, con la seguridad de
que no la pasarían.
Miriam pensaba que el problema lo
tenían ellos. Ella estaba segura de sí misma: de su capacidad para amar, de su
buena presencia, de la preparación que imprimía en sus citas…, buena comida,
buena cama, buen vino, buen perfume. No entendía qué más querían, hasta que
apareció en su vida alguien que le demostró que el amor es algo más que dar,
también es recibir.
Carlo, que así se llama, un italiano
que conoció por casualidad en la calle, no en una fiesta, ni en la playa, ni en
un parque, espacios que ella frecuentaba buscando citas a ciegas.
Fue en el súper. Se miraron como dos personas que por cortesía
se saludan sin conocerse. Ya en el parking, cuando ella metía la compra en la
maleta de su coche, se le rompió una de las bolsas y todas las naranjas echaron
a rodar. Le sorprendió la rapidez con la que se personó a ayudarla, como si
hubiera estado esperando el incidente, que bastó para iniciar una relación
conexa, que ya dura cinco años de amor compartido. Él también cocina, es capaz,
atractivo, usa buen perfume y es un excelente amante.
Esto nos lleva a reflexionar sobre
el amor. No hay que buscarlo, llega sin avisar y por el medio más sorprendente.
Estoy de acuerdo contigo, yo también creo que el amor no se busca, él nos encuentra a nosotros en el lugar y momento oportuno…; inesperadamente.
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