Comiendo Chocolate, óleo de Antonio Gutiérrez |
Desde
luego, es fascinante el poder los sentidos.
Ejercen en mí tal influencia que son capaces de trasladarme a lugares
lejanos en el tiempo y la distancia. Siempre que percibo el olor a chocolate,
me transporto –inevitablemente– a niñez y en consecuencia, al pueblo de mi abuela Juana.
¡Qué nostalgia me da recordar
aquellos veranos llenos de ternura y alegría, impregnados de aquel olor
embriagador!. Los escaparates repletos
de figuras, monedas, tabletas y unas apetitosas tartas de chocolate… Para mí,
el tiempo se detenía mirando y remirando sus vitrinas, cada cual más llamativa
y olorosa que la otra, perfumando todo el ambiente con perfume de chocolate…
¡Ah!, no les he contado la parte más importante de esta
historia: en el pueblo de mi abuela
había una fábrica ¡de chocolate!, lo que daba un especial aire festivo a cuanto
allí aconteciera… ¡Qué añoranza de mi niñez!.
Todo igual que ahora –entiéndase la ironía– que si te descuidas,
tienes que salir con zapatos de agua y mascarillas a dar un simple paseo por la
plaza de tu barrio.
¡Cuánta nostalgia!
Tras tu propia mirada, aquella mirada de niña que observaba todo con fascinación, nos has conducido con este dulce relato, impregnado del olor y el sabor de la niñez entre chocolates. Me ha encantado.
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