No sé si es ético contar lo que me
confesó mi hermano Alberto, algo que yo desconocía totalmente; nunca lo
sospeché. Me he quedado impactada.
Se remontó a nuestros difíciles años
llenos de estrecheces y necesidades en este barrio de Brooklyn donde yo todavía
resido; él ha tenido la suerte de dejarlo hace años.
En ese entonces, él tendría unos doce o
trece años, usaba pantalones cortos y calcetines largos. Cada día, al salir del colegio, pasaba por la
mini-market de Douglas, el escocés que vendía todas las chucherías
imaginables. Ese día, me explicó mi
hermano, se encontraba sin blanca y cuando se asomó a la tiendita y vio su
golosina favorita, no pudo resistir la tentación y, aprovechando un descuido,
se metió en el bolsillo dos tabletas de chocolate y, haciéndose el distraído,
salió sigilosamente y con ellas llegó a casa.
Hermana, me explicó, nunca un chocolate
me había sabido tan amargo, hasta pensé que estaban estropeados, pero no,
quizás era mi conciencia que me jugaba una mala pasada. A partir de este incidente, cada vez que
entraba en la tiendita de Douglas, me sentía avergonzado, no me atrevía a
mirarlo a la cara, así es que poco a poco dejé de ir, ya no me apetecían ni los
caramelos ni los bombones, ni papitas, ni galletas…, nada.
Hoy, que he venido a visitarte y a
reencontrarme con mi antiguo barrio, hermana, casualmente en la esquina me topé
con Douglas. Ya es un viejito venerable
que camina lento. Como pudo se acercó a
mí y con sus ojos tan expresivos como siempre, me miró fijamente y pronunció
estas palabras:
–Me hiciste mucha falta; ya sabes que
no tuve hijos y me alegraban tanto tus visitas a mi tienda. Me hacía gracia tu desgarbada figura, tu
sonrisa tímida. Me privaste de tu presencia
y todo ¡por unos benditos chocolates!
¡Qué tres personajes maravillosos!: la narradora que es un personaje más y que nos cuenta la historia con voz adulta pero con la inocencia de una niña, el hermano, un espíritu bueno que se siente culpable por una insignificante travesura de la niñez y el viejo Douglas, dueño de un alma solitaria y noble. ¡Cuánta ternura ha despertado en mí tu relato, Alicia!
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