En el rincón, al final de aquella fría sala de espera, se
encontraba un lindo pajarito en su jaula blanca y azul. Saltaba de un sitio a otro constantemente,
como si estuviera esperando a alguien en concreto y, cada vez que se acercaba
alguna persona, se quedaba inmóvil, observando.
Al ver que no era quien él esperaba, volvía a su incesante postura de
títere, como si de un saltimbanqui se tratara.
Hasta que, de pronto, se le acercó un niño de unos ocho o nueve años,
silbándole de una manera muy peculiar. El lindo pajarito se alborotó de tal manera que
comenzó a dar tumbos contra la jaula, hasta quedar traspuesto de tanta
emoción. Sin duda se trataba de alguien
muy especial para él. El niño abrió la
jaula, cogió el pajarillo y se lo colocó
en el hombro. Los dos salieron juntos al
jardín, a pasear.
No puedo evitar intuir una segunda lectura en este relato, en apariencia de trama intrascendente. Si el pajarito ni fuera un ave, ni tan lindo ni tan inocente…el hecho de que un niño salga con él al jardín me resultaría inquietante en extremo. ¿Será que solo yo veo simbología en este relato?
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