Los dos entraron en la
tienda para solicitar un servicio a domicilio. Habían perdido las llaves de su
casa y necesitaban una apertura forzada con un cambio de cerradura. Mientras tomaba los datos para realizar el
servicio, observé que ella en todo momento permanecía detrás de él con la
cabeza agachada, con el cabello tapándole parte de su rostro y cuando intentaba
intervenir, él la mandaba a callar.
Tuve que contenerme por no
armar un escándalo, lo que no pude ocultar fue mi malhumor y mis respuestas y
preguntas eran incisivas.
La tercera vez que ella
intervino preguntándome algo, que entendí perfectamente, pero que fingí no
entender, invitándola a que se acercara al mostrador, miró a su pareja como
esperando su aprobación, mientras yo me desplazaba un poco para ponerme a su
altura y demostrarle atención. Sólo quería explicar las características de la
cerradura y que él en ningún momento tuvo en cuenta. La increpó culpándola y
textualmente le dijo “eres una subnormal y una loca”. Ante esta actitud, un
cliente que se encontraba presente y yo reaccionamos de manera conjunta contra
“el maltratador”. Ella se puso muy nerviosa y él reaccionó atendiéndola y
pidiendo disculpas a todos, aduciendo que se encontraba muy alterado porque
tenía que ir a trabajar y no podía entrar en su casa.
Todo terminó con una
amenaza de denuncia por parte del cliente y secundada por mí. Ella muy asustada
y él poco más o menos que como la víctima. Se creó una situación muy violenta y
lo que más me preocupa y no se me va de
la cabeza, es cómo habrá reaccionado él cuando se quedaron solos.
Imposible permanecer impasible ante una situación de maltrato de este calibre, de este o de cualquier otro debería decir. Y sí, me sumo a la preocupación casi lacerante, al imaginar qué situaciones terribles habrá tenido que soportar en privado la víctima de este ser vil. Inquietud más que justificada porque todos sabemos que muchas de estas historias terminan en las páginas de sucesos, lamentablemente.
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