Me encontraba en la calle.
Al regresar a casa, vi expuesto en la puerta de un local una caja con hermosas
naranjas que invitaban: ¡comedme!. Al entrar, recordé las tienditas de antaño,
con comestibles y fruta de todo un poco, con una amable señora tras el
mostrador.
Estaba pesando mis
naranjas, cuando entró una mujer y por su saludo intuí era de amistad. Sigo con
mi compra, pedí ½ docena de huevos; al verlos exclamé:
-¡Qué pequeñitos!
La vendedora sonrió, la señora que había
entrado, dirigiéndose a mí, dijo:
- ¿No sabe que los huevos
pequeños tienen más clara?
-Yo creo- le contesté,
que según el tamaño tendrá más cavidad.
Piense en un huevo de “perdiz”.
Risas. Luego con entusiasmo, comentó
la vendedora.
-Por cierto, hablando de
huevos, esta noche “fin de año” será, papas y huevos fritos.
¡Incrédula de mí!:
- ¿Vive sola? -Pregunté
con suavidad.
–No, no; con mi marido y será nuestra cena.
Les cuento que salí de
allí “embriagada”. ¡Sí! De huevos con más
o menos claras, cena de huevos fritos, noche tan señalada no la veo
romántica, en fin terminé confundida.
Llegué a casa, dos de la
tarde, entro a mi cocina, comienzo, alborotada, a pelar y freír papas con
aceite de oliva virgen, luego el huevo cuando lo veo en la sartén… una gotita
de yema, corrí por otro y paré porque tres es mucho para mí, les confieso, me
encanta mojar el pan en la yema del huevo.
Va de huevos esta historia ingeniosa y desternillante, ese estilo aguediano que tan buenos momentos nos hace pasar. No dejes de regalarnos tu chispa amiga Águeda, no dejes de contagiarnos con tu ingenio. Un abrazo
ResponderEliminar