No por ir a luchar en la guerra se es
más grande. Conocí a una mujer que, sin
haber salido a ningún sitio, luchó toda la vida defendiendo lo suyo. Batalló por
sus hijos hasta la muerte. Con sus manos
de mujer campesina y su pañuelo a la
cabeza, pasando frío o calor, trabajó todos los días de su vida. Incluso se vio obligada a viajar a otro país,
en auxilio de dos de sus hijos, para ayudarles en la búsqueda de un mejor
porvenir. Allí siguió su labor, al pie
del cañón, y con el tiempo, lo hizo también al lado de sus nietos.
Esta mujer tenía una predilección
especial por un personaje de la historia, Simón Bolívar y, siempre que podía,
iba a la plaza que llevaba el nombre de su héroe. Allí se sentaba a contemplar una escultura
hecha en honor al Prócer de las Américas, erguido y valiente a lomos de su
caballo. Disfrutaba con su
contemplación y la de las ardillas que alguna vez salían de entre los árboles
de la plaza y que, como ella, parecían visitar al Libertador.
Ella siempre repetía que lo admiraba
por luchador y defensor de los suyos y yo, ahora, así mismo comparo a mi madre con él. Ella fue una gran mujer,
valiente y luchadora, defensora de los suyos, como Simón Bolívar.
Me he emocionado leyendo este relato nacido del amor y la admiración. Me ha gustado lo que cuentas o como lo cuentas; a mi parecer, de lo mejor que has escrito hasta ahora. Hermoso homenaje a una mujer que, como muchas de la época en que le tocó vivir, se enfrentó a la vida y sus avatares con total dignidad y valentía
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