Me encuentro sentada en la sala de
un aeropuerto cuando mi vista me llevó hasta un hombre que tenía enfrente.
Era bajito, gordo, barrigón, nada
agraciado físicamente; la verdad es que no tenía nada que agradecerle a Dios en
ese sentido. ¡El pobre!, me dije. Observé cómo hablaba con la señora que venía
con él. Ella era un poco más joven y parecía agradable. Concluí que era la
esposa y al rato, comprendí que sí. No pude evitar preguntarme qué le había
atraído de él porque, al observarlo, no tenía nada positivo a la vista. ¿Sería
rico?, tampoco lo parecía.
En el vuelo se sentaron junto a mí, así que yo
los pude seguir observando. Hablaban y
hablaban, ¡y se reían!, y mientras lo hacían,
vi que al hombre le faltaban la mitad de los dientes. Era torpe para
desenvolverse y expresarse, ¿de qué
monte habrá salido?, me pregunté. Lo que
sí que me pareció, a medida que los
escuchaba, es que era buena persona; bonachón.
Así que reflexioné que quizás era eso lo que ella vio en él: su bondad. Pensando sobre ello, nuestro avión
llegó a su destino.
El título resume muy bien el contenido de tu relato. Muchas veces, demasiadas, juzgamos por las apariencias, otorgándoles un poder que en ocasiones no tienen. En este caso fui yo la culpable, al poner como tarea de la semana, la caza de un personaje. Buen trabajo
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