David
era un buen tipo: jovial, amable y risueño. Tenía buena planta; alto delgado y
guapo, gracias heredadas de sus padres, ya fallecidos. Vivía sólo en una casa
muy grande, a pesar de lo cual, siempre
se mostraba alegre y feliz.
Él
se había pasado buena parte de su vida ahorrando peseta a peseta primero,
después, duro a duro. Lo hacía para un
día poder ponerse la dentadura postiza
que perdió en el lamentable accidente donde sus padres fallecieron, motivo por
el que había quedado solo en el mundo.
Después
de conseguir su objetivo no es de extrañar que estuviera tan feliz. A partir de ese momento, se lo pasaba en la
calle con un espejito en la mano, en el
que se miraba y se miraba haciendo
muecas con la boca. De ese modo mostraba sus dientes nuevos a todo el que
quisiera contemplarlos.
Postizos o no, ¡vivan sus dientes!, le regalaron autoestima y felicidad. Hasta mágicos me parecen.
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