Pobre María, está en uno de esos días tristes que le dan y
como su vecina que soy debería ir a llevarle unas galletitas y prepararle un
rico chocolate, porque sé muy bien que cuando no le hace caso a sus queridos
gatos, y peor hoy que los deja mojarse de esa manera, es que de verdad está muy
mal.
Seguramente los truenos, los relámpagos, la lluvia que no
cesa le recuerdan el día que su hija la abandonó. Hacía este mismo clima atroz
pero, desde aquí, oí sus gritos: Hija no me dejes sola, prometo no ser una
carga para ti. Soy joven, superaré la ausencia de tu padre. Prometo no llorar
más.¡Siempre voy a sonreír aunque no tenga ganas!.
A pesar del
estruendo de la tormenta oí la respuesta de la hija.
-Es tarde mamá. Yo me voy a vivir mi vida. Si no supiste
conservar a mi padre a tu lado no es mi culpa. Ahora aguántate y cuida a tus
gatos que es lo único que te queda.
Una de tantas historias que se esconden tras las paredes y de las que, a veces, algunos vecinos, son testigos mudos. Es fácil conectar con la tristeza de esta María tan bien dibujada por ti. Bien, Carmen.
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