Sabana adentro, en los llanos
centrales venezolanos, Barinas,
estábamos disfrutando de unas vacaciones en la finca de un familiar, a
unos mil kilómetros de Caracas. Se
encontraban en plena zafra, la recogida de algodón y, por ese motivo, la finca se llenaba de gente que aparecían
en tiempo de la cosecha y desaparecían cuando ésta terminaba.
Venían por veredas o trochas, como
las llamaban allá, procedían de la cuenca del Orinoco colombiano y venezolano
porque para ellos no existían fronteras. Iban caminando, noche y día, hasta
encontrar el trabajo que buscaban. Eran
morenos, casi de tez negra y bastante primitivos, dado que nunca habían
recibido educación, y muchos no conocían lo que era una ciudad.
Recuerdo a la cocinera, que tenía una
destreza especial para lidiar con las tareas de preparar comida para tanta
gente.
En los patios y alrededores se
criaban gran variedad de gallinas, patos, pavos y otras aves que andaban
cacareando por todas partes.
Para la cena mandaban a la cocinera a
matar una gallina. Mi asombro fue enorme cuando vi como la mujer cogía una
gallina y, apoyando la cabeza en un tronco que había en medio del patio,
agarró un machete de más de un metro y la decapitó de un tajo. En el acto empezó a desplumarla y en un
segundo la tenía de nuevo en el tronco y, machete en mano, la abrió por la
mitad, le sacó las vísceras y la descuartizó. Y en todo ello, tardó menos que
yo en contarlo.
Pobre de mí; mis ojos eran como el
dos de oros. Yo pensé como ésta mujer me persiga con el machete, con la carrera
que doy, del tiro llego a Caracas.
Muy gráficas las escenas que nos narras. Me ha gustado el tono narrativo que has usado para contarlo y el giro humorístico usado como broche final.
ResponderEliminarQue bueno tu relato Esther, me imagino la escena y hasta yo me asusto. Como siempre nos transmites tu sentido del humor en cada uno de tus narraciones. Te felicito.
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