Estábamos ateridos de frío en el balcón mientras entraba la
lluvia inclemente con ráfagas de viento helado. Ya no podíamos soportarlo más y
por más que aulláramos, María parecía no vernos, ni sentirnos, estaba ausente como si estuviera soñando con
un dolor escondido en el sótano de su memoria. Siempre se quejó de ese dolor de
cabeza que sale a flote en tardes como
ésta para alejarla de nosotros que estamos tristes a merced de la tempestad.
Desde el punto de vista de sus gatos, conocemos el dolor de María, aunque no sus causas. Aunque sí sabemos que es tan fuerte que contagia a sus mascotas, que nos lo cuentan. Buen trabajo, Esther
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