Fue el
primer trabajo a jornada completa que tuve, con apenas quince años. Tenía de compañera a una chica llamada Carmita,
con apenas un año más que yo. La dueña
de la peluquería era una chica gallega que no tendría mucho más allá de veinte.
Un día,
aparece en el negocio una señora trinitaria junto a una joven que al parecer
era su sobrina. Nos indicó que le
laváramos la cabeza y le pusiéramos los rulos.
La señora hablaba español, aunque no muy bien, y su sobrina no abrió la boca.
Mientras le
lavaba la cabeza, Carmita no paraba de reír pues decía que el agua no le
entraba en el pelo por mucho que la mojara.
-¡Ji ji, j
aja! ¡no le entra el peine! –decía mientras levantaba un mechón y trataba de
estirarlo.
-Parecen
resortes –siguió diciendo entre risas.
La chica,
cansada de tanto juego y tanta risa a su costa, de pronto, se levantó y dijo:
-¡Yo sí
hablo español!
¡Qué buena anécdota! Divertido relato, Esther
ResponderEliminarQue simpático. Me ha gustado mucho tu relato, como siempre con tu toque de simpatía y buen humor. Te felicito.
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