Tengo que confesar que, si a algo le tengo miedo, es a las
confesiones que me hacen que, dado mi trabajo de peluquera, todos los días oigo
confidencias de distinto calado: secretos de hijos e hijas, maridos y hermanos,
secretos de enfermedades y deudas. En la
peluquería se comenta todo lo habido y por haber, bueno y malo, con picardía y
mala intención o con absoluta seriedad, a veces con acaloramiento, según el
tema que se esté tratando en ese momento.
Yo procuro ser neutral y discreta, pero no dejo de reconocer
que, al fin y al cabo, soy mujer y me gusta darle a la lengua, como a la
mejor. Lucho por ser una profesional
como los médicos o psicólogos, con quienes se nos compara algunas veces.
Comprendan mi miedo, cuando me disparato y empiezo a hablar,
podría irme de la lengua, cuando no debo.
Las confesiones y sus peligros, así son. Simpático discurso al que sólo pondré un pero: el irse de la lengua no me parece a mí exclusivo de las mujeres, también los hombres pueden ser peligrosos, me temo.
ResponderEliminar