Me llamo
Pepa y vivo con Marta y Cecilia; también está Paco, de aspecto fuerte y color
oscuro, igual que mis compañeras. Yo, en
cambio, soy blanca. Antes éramos más,
pero sólo quedamos nosotros.
No conocí a
mi madre. He oído decir que murió cuando
yo nací; es la razón por la que dicen que estoy famélica, por no mamar de
pequeña. Lo normal es que estuviera
gordita, pero no es así. En cambio,
Marta y Cecilia, sí lo están, ¡y ni qué decir de Paco!. Él es muy cariñoso con ellas, y a mi ni se me
acerca. También son las favoritas de mi
cuidador. Todas las mañanas, cuando
entra a darnos de comer, todo son halagos hacia ellas; a mí me mira con
desprecio y a veces hasta con compasión.
Yo me sentía
sola y vulnerable, maldecida por la fortuna hasta que le escuché decirme:
¡Pepa,
tienes que comer más si no este año tampoco te va a tocar a ti! ¡A este paso no
vamos a sacar de ti ni una ristra de chorizos! ¡Qué mala suerte hemos tenido
con Pepa!
Has sabido engañarnos muy bien. Bravo por eso. Al principio, podemos creer que se trata de bebés, luego, a medida que avanza la narración creemos que se trata de cachorros de perro. El desenlace nos sorprende y no hay nada más atractivo para un lector que el hecho de que lo alejen de lo previsible. Excelente
ResponderEliminarQue simpático tu relato Ana , aquí se demuestra que lo que es malo para unos es bueno para otros . Un abrazo, Alicia
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