En una
aldea, vivían los padres de Clarisa y sus hermanos. Todas las mañanas, se levantaban temprano a
hacer las tareas en el campo, pero como Clarisa era la más pequeña, se quedaba
jugando con su amiguita Pepi. Se
divertían y no hacían sino reírse y reírse, siempre contentas, sobre todo
cuando la madre de Clarisa salía a la puerta de la cocina y les decía, ¡a
desayunar!, ¡vamos, Pepi, hay tortitas de miel!.
Las niñas
fueron creciendo y llegó el día en que Clarisa se enamoró de un aldeano muy
apuesto, pero llegó la fecha en lo alistaron para ir a la guerra en
Oriente. Ellos se escribían todas las
semanas, pero Clarisa empezó a ponerse triste porque últimamente no recibía
correspondencia. Una mañana, les tocaron
a la puerta dos soldados y le dieron un sobre, en él le comunicaban que Pedro
estaba en paradero desconocido. Clarisa se quedó callada, le parecía que eso no
le iba a pasar a ella, imposible.
No hablaba y
por supuesto no tenía ni una sonrisa en su cara. Pasaba los días deambulando por la casa sin
saber qué hacer hasta que, una mañana temprano, cuando salió al jardín, vio a
lo lejos la figura de un hombre. El
corazón le dio un vuelco y salió corriendo a su encuentro pues reconoció que
era su novio. La risa que alegraba a
todos volvió a la casa de Clarisa, como siempre había sido en toda su vida.
Una historia bien narrada, Carmiña. Finalmente Clarisa Larrisa pudo seguir haciendo honor a su nombre
ResponderEliminarMuy lindo tu relato Carmiña , muy dulce, me encantó. Alicia
ResponderEliminar