Nos veíamos
un tanto ridículos; dos personas de cincuenta años, sentados solos ante una
mesa de juego en el patio trasero de la casa y con sombrero atado bajo la
barbilla. No era así como había
imaginado la celebración de nuestras bodas de plata.
En mis
sueños, cientos de invitados, una orquesta de seis músicos que tocaría nuestra
canción predilecta, “Nuestro amor jamás se acabará”, y nosotros deslizándonos
por la pista de baile. La realidad fue
muy distinta. Los chicos habían asado
hamburguesas y salchichas en la parrilla y las habían engullido para, acto
seguido, marcharse, dejándonos solos, no sin antes dejarnos a mi esposo y a mi,
la tarea de limpiarlo todo.
Sobre la
mesa descansaban los regalos: unas batas de baño con sus correspondientes
toallas. Mi esposo sacó de la parrilla
la última hamburguesa y me la ofreció.
Me la llevé a la boca.
-Hemos
pasado un rato agradable –comentó –
- ¿Sabías
que Richard Burton le regaló a Elizabeth Taylor un diamante raro y ella a él un
largo abrigo de pieles – le pregunté yo.
-¡Y que iba
a hacer yo con un abrigo como ese! –gruñó.
Él y yo
habíamos pasado por dos guerras, por cinco casas, tres hijos, compartido el dentífrico,
las deudas, los armarios… El regresó a
donde estaba sentada y me dijo:
-Tengo un
regalo para ti
-¿De verdad?
¿Qué es? –pregunté emocionada.
-Cierra los
ojos –respondió.
Cuando los
abrí, sostenía ante mí una de esas coliflores que vienen en un frasco.
-La quité de
la vista de los ojos de los chicos porque sé que a ti te encanta la coliflor –me
explicó.
-Quizá, así
de sencillo es el amor –pensé.
Otra historia deliciosa, a la que ya nos tienes acostumbrada. Dulce y maravillosa y, sí, así de sencillo y grande es el amor; estoy de acuerdo contigo.
ResponderEliminarQue relato tan tierno Agueda , te felicito , me he emocionado. Alicia.
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