Desde mi
mesa, podía observarlo sin que los demás se dieran cuenta. Llevaba diez años haciéndolo y me conformaba
con disfrutar de su presencia durante ocho horas de trabajo, todos los días.
¡Creo que
estoy enamorada hasta las trancas!, pero ¿y él de mí?. No tenía respuesta; aunque sí era cierto que
había una complicidad entre nosotros que con los demás compañeras no existía.
Salí de mi
ensimismamiento al oír su voz.
-Laura, me
gustaría que al salir del trabajo fuéramos a tomar un copa. Tengo algo que decirte –me dijo.
Otras veces
lo habíamos hecho, pero esta vez presentí que era diferente; su tono de voz
desprendía alegría. Sentí como los
latidos del corazón golpeaban mi pecho, mi mente también se aceleró: ¿querrá
declararse? ¿se ha decidido por fin?.
Ya sentados
delante de un café, veía acercarse el momento tan esperado y deseado, aunque
nublado por la incertidumbre. Me cogió
la mano y me dijo sonriendo:
-Laura, me
he enamorado.
Titubeando,
con la premura de oír su respuesta, le contesté:
.¿De quién,
quién es ella?
-Ella no,
Laura. Pregúntame más bien, ¿quién es
él?
Desengañada quedó Laura de cualquier forma, independientemente del sexo de su oponente, ¿verdad?; en todo caso, conduces al lector hacia un ansiado final feliz, por empatía con la protagonista, para hábilmente dar un giro de tuerca en el desenlace. Buen trabajo.
ResponderEliminarUna historia muy bien contada Ana. Pero en ella se confirma que el amor es siego...
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