Me había pasado casi la mitad de mi
vida estudiando edificios antiguos, construcciones llenas de historias y
leyendas. Cada uno me transmitía su
encanto, su magia, su misterio… de una forma
especial; siempre pensé
que, de alguna manera, con eso
me hacían parte
de ellos… hasta el
día en que visité
éste, el “Castillo 31”; una
construcción recia, imponente tan sólo
con mirarla.
Al atravesar su enorme portón, inmediatamente
un escalofrío que recorrió mi columna vertebral, me paralizó. Incapaz de moverme, no recuerdo
cuanto tiempo permanecí así.
Recobradas mis facultades mentales y
físicas –al menos eso deduje en aquel instante –, recorrí sus enormes
estancias, sin embargo algo inexplicable seguía abrumándome; cada minuto que
pasaba dentro de aquellas paredes hacía que me sintiera más parte de ellas, era como si siempre hubiera pertenecido
a ese viejo edificio; jamás me había sucedido nada igual.
Mi deambular encaminó mis pasos hacia
una gran habitación, desvencijadas antiguallas de madera corroída la amoblaban,
dándole un aire aún más austero –si cabe – a la estancia.
En ese instante lo comprendí todo. Colgado del
grueso muro encontré la respuesta a lo que me había estado atormentando todo el
día. Un cuadro de mi viva imagen me daba
la bienvenida.
Había regresado a casa, y esta vez ya no
podría marcharme.
Misterioso, enigmático. El final nos invita a recorrer caminos oscuros de múltiples salidas. Me ha gustado. Buen trabajo
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