Yo pienso que es de agradecer a Dios
llegar a mi edad y sentirme bien, que pueda caminar y salir a la calle…; lo único de lo que podría quejarme
es de que la memoria la tengo fatal. No
me acuerdo de las cosas recientes aunque sí de las que hacía cuando era pequeña,
por ejemplo cómo jugaba con mis amigas a las cinco piedritas, a la cuerda y
otros juegos con los que nos divertíamos bastante.
Ahora de mayor, juega uno con las
mismas amigas pero a la baraja, para lo que siempre hay que tener monedas en el
monedero. A veces se me llena y empiezo a contar y, sin darme casi cuenta,
cuando vengo a ver, ya no tengo nada.
Entonces, cojo algunas monedas de aquí y
de allá, hasta lograr el número mágico sin el cual no puedo jugar a las cartas. Tengo que acordarme de llevar siempre, y por si acaso se presente la ocasión, 30 monedas en la cartera; las 30 monedas que
necesito para jugar al cinquillo y así mis amigas no tendrán nada que decir.
Muy bien, Maruca. Resolviste estupendamente la razón de este título. Me gusta la idea que está implícita en tu relato, la de que uno nunca deja de jugar, solo cambia de juego, dependiendo de la edad.
ResponderEliminar