Castillo 31, evocador de esas vivencias
de antaño con aquella misteriosa mujer, ninfa de ojos oscuros que me fue dada a
conocer en aquella cita a la que a punto estuve de no acudir. Al final, decidí
presentarme a la velada, no sé si por una corazonada o porque sentía que el destino me arrastraba irremisiblemente
a aquel encuentro. Allí estaba, callada, sonriente, enigmática, e
inmediatamente me atrajo, aunque cavilé tristemente que aquel ser tan
encantador sólo se dirigía hacia mí de la misma manera que a los demás, con esa
naturalidad tan de ella, pero que no lo haría de la manera especial que yo pretendía.
Pero me equivoqué, a veces la vida te sorprende, vi pasar ese tren y decidí
subirme a él como si fuera el último. Cuando la llevé a su casa, me invitó a
pasar, y al entrar observé que vivía en el Nº 31, me suelo fijar en esos
detalles.
No me arrepiento del tiempo que mantuve
esa relación, atrapado en esos lazos que ella se encargaba de soltar a veces para
darme cierta sensación de libertad que en realidad no tenía, y de apretar
cuando notaba en mí ese aire de duda y deseos de escapar que mi naturaleza
pedía a gritos.
En un viaje a Francia, inolvidable y
bellísimo país con unos paisajes tan increíbles llenos de girasoles y vides,
tan cuidados y tan salteado de castillos, y que a la mente imaginativa pueden
trasladarla a situaciones del pasado llenos de romanticismo, me quedó un
recuerdo imperecedero y que, en alusión al título de este escrito, Castillo 31,
me hace relación a esas vivencias en ese país vecino con el número de su
domicilio, el de ella, el nº 31.
Me encanta a dónde te llevo este enigmático título impuesto, porque nos acerca a tu prosa de características clásicas, de lenguaje fluido, como tu marca distintiva para contar. Ya estoy deseando leer más relatos tuyos.
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ResponderEliminarBienvenido Juan Pedro. Un gran relato sin duda, ojala sigamos compartiendo taller por mucho tiempo.
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