Los abuelos de la isla Kopros bordan canoas en los
largos meses de invierno, cada uno la suya, las llenan de mandalas coloridas, de
diversas formas geométricas, de creación propia; ninguno igual, todos a cual
más espectacular.
Es una tradición que viene desde sus ancestros y que
se irá perdiendo. Cuando era un niño recuerdo que en el pueblo pesquero de
donde procedía toda mi familia, aun existiendo menos población, había más
abuelos que hoy en día.
Hasta alrededor de 100 canoas se bordaban, incluso confeccionaban
a ganchillo las redes de pesca, con hilo de bala o embalar, de todos los
colores. Sí, los teñían.
Éramos los nietos quienes les ayudábamos a teñir el
hilo y a dibujar las mandalas para que ellos las bordaran según los gráficos
que cada uno creaba. Hoy en día, lamentablemente apenas 20 canoas se bordan y
cuatro son los nietos que ayudan.
Todavía recuerdo a mi abuelo Juan intentando que
comprendiera lo que quería que yo le dibujara. Era un niño con apenas seis años
y junto con mis hermanos y primos dibujamos muchos, muchos mandalas. Para
rellenar la canoa se necesitaban cientos.
Se termina el invierno y me toca destrozar mis
mandalas, demostrando que lo material no tiene valor sentimental. Lo realmente
importante fueron las horas que pasé con
mis nietos bordando mi canoa en la isla de Kopros.
Ahora que lo leo en silencio y con tranquilidad, tu relato contado en primera persona, me resulta del todo verosímil y creíble; con lo cual el sentido apócrifo que se perseguía está del todo conseguido. Muy buen trabajo, Lali.
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